viernes, 3 de noviembre de 2017

Mi silencio.

Te hubiera dicho tantas cosas...
que sólo me quedó un silencio como respuesta
que no supiste interpretar.
Estaba lleno de ojalás, de gritos pidiéndote que te quedaras a quererme. Aún así tus ojos no supieron leer los míos y tuve que ver cómo te alejabas.

Mis manos se quedaron esperándote por mucho que mis pasos no dejasen de avanzar. Sigues viviendo en mí aunque la distancia entre nosotras sea infinita. El frío me hace sentirte y me crea ilusiones de que esta noche volverás. Y vuelves, pero a mis sueños.
Me cuestan las mañanas sin tus palabras y me cuesta respirar sin que esté tu boca para quitarme la última bocanada de aire.
Me cuesta todo un poco más desde que no estás.

Me elegí a mí sin darte opción a más pero con la esperanza de que lucharías por quedarte, y mírame, ahora estoy en una guerra en la que sólo quedo yo.
Y es entonces cuando me pregunto de qué sirven las promesas si nosotros siempre nos rompemos antes que ellas. Esperaba un invierno cálido con tu voz de fondo en el nos inundábamos de arte mutuamente. Sin embargo, hoy sólo me sirves de inspiración al escribir, porque es lo que me queda, plasmar las sensaciones que dejaste en mí y esperar que sepas sentirme.

Todavía soy un corazón que late por tus razones y contradicciones, que se descontrolaría si vienes y me besas como aquella noche en que me demostraste lo que yo ya llevaba un tiempo sintiendo.

No espero que lo entiendas pero sí entiendo que no me esperes aunque...
espérame.
O ven.